... "La noche de la boda de Philippe, cuando ya empezaba a clarear, ...
unos cuantos de nosotros, estábamos todavía bailando,
y Félix, sentado en la silla de costumbre,
tocaba llevando el ritmo con sus pesadas botas de trabajo.
Podríamos haber dejado de bailar antes, pero una melodía
había seguido a la otra,
y Félix las había fundido, como si uniera un tubo al siguiente,
hasta que la chimenea fue tan alta que se perdió en el cielo.
Una chimenea de melodías;
y las mujeres tenían los pies tan cansados,
que se quitaron los zapatos para
seguir bailando descalzas.
La música requiere obediencia.
Incluso exige obediencia de la imaginación
cuando una melodía se te viene a la cabeza.
No puedes pensar en otra cosa.
Es como un tirano.
A cambio ofrece su propia libertad".
(Fragmento de "El acordeonista", en "Una vez en Europa", John Berger.)
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