Estuve en Londres
Podría describir la ciudad
Aquí dejé algunos apuntes fotográficos, apresurados.
De todos modos, no supe descifrar el ritmo íntimo la ciudad.
, que Como sea, en el avión, que me devolvía
a la Argentina, mi país, encontré en mi equipaje de mano
un libro. de Fowill: "Los Pichiciegos".
Por alguna razón estaba ahí.
Había sido un regalo, cuidadosamente elegido para mí.
Me dí cuenta, tarde, del amor de esa ofrenda.
Y sucedió que la , visita a Londres
empezó a tener sentido.
Sin escalas, leí el Los Pichiciegos de principio a fin.
Lo que siguió fue una reflexión sobre la Guerra de Malvinas
y los tiempos de la dictadura militar en la Argentina
entre el 76 y la guerra.
En simultáneo, veía instantáneas de Londres que habían quedado registradas
por una máquina digital. Algunos sitios estéticamente bellos
con los que no sentía conexión, salvo con el monumento a las mujeres caídas
en la Primera Guerra Mundial y otro par de excepciones.
Atrás estaba Inglaterra. Ahora tenía delante de mis ojos a los soldados argentinos en las islas Malvinas.
... "esa nieve ahí, amarilla, no caía: corría horizontal por el viento, se pegaba a las cosas, se arrastraba después por el suelo y entre los pastos para chupar el polvillo de la tierra; se hacía marrón, se volvía barro. Y a eso llamaban nieve cuando decían que los accesos tenían nieve. Nieve: barro pesado, helado, frío y pegajoso".
Me había entusiasmado con ciertos estilos arquitectónicos, el Tudor de sus piedras, el victoriano del famoso Towe Birgde los resabios del industrialismo en sus fachadas de ladrillo. No había investigado mucho. Quería que mi retina se sorprendiera. No mucho más.
. Ahora tenía delante de mis ojos a los soldados argentinos en las islas Malvinas.
Tan lejos de esa ciudad, tan lejos de casa como dice "Reina Madre" de Raul Porchetto.
"Si hay algo peor que la mierda de uno o de los otros, es el dolor. El dolor de los otros. Eso no lo aguantaba ningún Pichi.
Que no tendrían heridos se había decidido en tiempos del sargento. Sin médico, sin alguien que sepa medicina ahí abajo, era inútil guardar a los heridos. Escaliados, quemados, un poco enfermos de las muelas, se puede. Heridos, no. Herido es como ser muerto".
Las imágenes de Londres se iban diluyendo a medida que
me adentraba en el texto de Fowill,.
"Llamaban helados a los muertos. Al empezar, las patrullas los llevaban hasta la enfermería del hospital del pueblo; después se acostumbraron a dejarlos. Iban por las líneas, desarmados, llevando una bandera blanca con cruz roja, cargando fríos. Fríos eran los que se habían herido o fracturado un hueso y casi siempre se les congelaba una mano o un pie. A ésos los llevaban a la enfermería, y si había jeeps y gente apta los llevaban después a la enfermería de la pajarera, donde bajaban los aviones a buscar más heridos y a traer refuerzos de gente, remedios y lujos para los oficiales!.
La botella de cristal con el barco del almirante Nelson en su interior en la plaza de Trafalgar había captado mi atención. En verdad iba desatenta. No pensé en que en Trafalgar y el poderío de la armada británica y su afán conquistador, no me detuve a pensar en ese marino que representaba al Imperio del comercio y la colonización.
También tenían cargos los jefes argentinos que daban órdenes en Malvinas.
"Como oficiales, ese modo de hablar. Los tipos llegan a oficiales y cambian la manera. Son algunas palabras que cambian: quieren decir lo mismo –significan lo mismo pero parecen más, como si el que las dice pensara más o fuese más.
Tiene que haber una guerra para darse cuenta de esto.
Decía el Ingeniero:
–La guerra tiene eso, te da tiempo, aprendes más, entendés más... Si entendés te salvas, si no, no volvés de la guerra. Yo no sé si volvemos, Quiquito –le decía–, pero si volvemos, con lo que aprendimos acá: ¿quién nos puede joder?
Pensaba que el otro tenía razón. Pero: ¿volverían? ¿Regresarían?"
No podía dejar el libro. Ahí estaba la historia de una guerra absurda pergeñada
por milicos que apostaron la vida de cientos de jóvenes vestidos de verde oliva y pertrechados con casi nada para ir a pelear por una causa tan nacionalista como para
disfrazar una hijadeputez históirica.
"El miedo: el miedo no es igual. El miedo cambia. Hay miedos y miedos. Una cosa es el miedo a algo –a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida–, y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo. Vas con ese miedo, natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire, cargado de bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo que traes aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que te entró en el medio de la lastimadura.
Hay dos miedos: el miedo a algo, y el miedo al miedo, ese que siempre llevas y que nunca vas a poder sacarte desde el momento en que empezó.
Despertarse con miedo y pensar que después vas a tener más miedo, es miedo doble: uno carga su miedo y espera que venga el otro, el del momento, para darse el gusto de sentir un alivio cuando ese miedo chico –a un bombardeo, a una patrulla– pase, porque esos siempre pasan, y el otro miedo no, nunca pasa, se queda".
Yo no estuve en las islas. Ni siquiera había terminado el colegio secundario cuando el general que oficaba de presidente de nuestro país se envalentonó y desafío a la armada de la Reina. "Si quieren venir que vengan", dijo. Los soldados argentinos habían desembargado en Malvinas.
La gente llenó la Plaza de Mayo para ecuchar al milico y lo vivó. Lo ví por televisión. Sentí vengüenza. Ya teníamos televisón el colores. Todos los colores eran vergüenza.
Estuve en Londres. No importa porqué. Pero quiero recordar Malvinas. Nunca sentí ese amor a la Patria que envidio en otros. Sin embargo, quiero recordar a los chicos de la guerra.
... "empezó un frío fuertísimo, por la sombra que hacían y el viento que soltaba la cortina de aviones volando bajo, camino al sur, al arco iris.
Mucho tiempo después de haberlas tomado miré estas fotos. Ya había leído a Fowill. Conocía de memoria la historia que nos vendían en el 82: "Vamos ganando".
Las fotos, los Pichiciegos ...
Más fotos. Y recuerdo de Loas Pichiciegos
¿Ibamos ganando?
"Mientras tanto, la radio argentina llamaba a pelear: según la radio, ya se había ganado la guerra. Pero: ¿cómo creerle si se veían montones de oficiales vendándose para ubicarse primero que nadie en las colas de las enfermerías?"
"Ya se veía venir el final, sobraba más el tiempo. Se salía poco. Un pichi salía y topaba con filas enteras de soldados caminando a entregarse a las líneas inglesas, apretando en el guante los papelitos que tiraban de los Harrier incitando a rendirse".
"Iban con la mirada fija en el horizonte sur, caminaban despacio, siempre tropezándose con los zapatos rotos y esas caras de tristeza desesperada. Entre ellos había suboficiales y hasta oficiales disfrazados de conscriptos. Era triste y ridículo: los veías vestidos de conscriptos, imitando la manera de caminar de los conscriptos, pero les notabas la gordura, las canas en las nucas y la edad en la cara y te dabas cuenta de que era un disfrazado".
"A veces, cuando pasaban por los restos de un bombardeo o de una batalla, algunos salían de la fila y revolvían entre los muertos buscando armas, porque como en los papelitos reclamaban que entregasen las armas y ellos venían desarmados, tenían miedo de que los ingleses no los quisieran aceptar de presos".
"Mientras, la radio argentina seguía diciendo que se había ganado la guerra. Y en la británica, entre los chamamés y zambas que pasaban, hacían la lista de entregados, que ya no los contaban por nombres –también en eso se veía acercarse el final– sino por número de regimientos".
"Después hablaba la chilena sobre las guaguas y las pololas y cada tanto pasaban himnos ingleses. Si el paracaidista puto y el operador de los transmisores los sentían, se acercaban a las chimeneas de los pichis, los cantaban a la par del coro de la radio y les saltaban lágrimas de emoción, o de contentos de ir ganando.
"A los pichis les enseñaron una que se pasaba mucho por la radio: “My home is the ocean / My grave is the sea / And England shall ever/ Be Lord of the sea”. Era muy fácil de aprender a cantar pero escribirla, o entenderla, no cualquiera podía, por lo arrevesado de la fonética y de la manera de pensar de ellos; la traducción es más o menos que ellos siempre la tienen que ganar. Algo así.
Hijos de puta".
Terminé el libro y mi viaje. No sé me ocurre nada más
apropiado para terminar estas líneas que la misma frase de
Fowill: hijos de puta.
(Fragmento de "Los Pichiciegos", Rodolfo Fowill)