Poemas salvajes
Aquella muchacha escribía
poemas; los colocaba cerca de las hornacinas, de las tazas. Era cuando iban las
nubes por las habitaciones, y siempre venía una grulla o un águila a tomar el té
con mi madre.
Aquella muchacha escribía
poemas enervantes y dulces, con gusto a durazno y a hueso y sangre de ave.
Era
en los viejos veranos de la casa, o en el otoño con las neblinas y los reyes.
A
veces llegaba un druida, un monje de la mitad del bosque y tendía la mano
esquelética, y mi madre le daba té y
fingía rezar.
Aquella muchacha escribía poemas; los colocaba cerca de las hornacinas, de las lámparas. A veces,
entraban las nubes, el viento de abril, y se los llevaban; y allá en el aire
ellos resplandecían; entonces, se amontonaban gozosos a leerlos, las mariposas
y los santos.
(Marosa di Giorgio, Magnolia, de
“Los papeles salvajes”, Adriana Hidalgo Editora, 2008).
Un mundo que gira huyendo
El combate de ayer, aquí mismo: ¡ni un alma en el campo de batalla! Hombres y mujeres, tirios y troyanos, ¿qué hacen ahora? Sus cuerpos acostados navegan en camas de hierro, madera o bronce, dentro de sus cubos inexpugnables, ¡todos evadidos!"
"Una canción …se oye adentro … lloriquea en las aes y desgarra en las jotas.
Otro mundo en clausura. Ellos también han trazado su círculo hermético y navegan ahora, evadidos en una canción." (…)
"¿Qué
paisajes, qué escenas evocarán ahora, encerrados en su círculo, tripulantes de
su música? Rostros tal vez: caras de hombres, mujeres o niños cuyas voces un día se
rompieron en las mismas jotas o lloriquearon en las mismas aes de aquella
canción, bajo un cielo distinto".
"¡Si en
la profunda medianoche , si en el instante justo en que un día concluye y el
otro empieza, si en esa juntura misma quedase un resquicio por donde salir
fuera del tiempo!"
(Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal, Libro V)