Silencio y río
Esa resplandescencia
El melón
“Los melones siempre nos parecieron, por una especie de
negación, la fruta de la sequía. Después de caminar por los valles parcelados o
por la agrietada tierra de las planicies polvosas, llegamos a donde había
melones y los comimos como quien extrae agua de un pozo en un oasis. Eran
improbables, nos reconfortaban, pero de hecho no saciaban nuestra sed. Aun
antes de abrirlos, los melones olían a un agua dulzona y encerrada. Su aroma
pesado no tiene filos. Para saciar la sed uno necesita algo agudo. (Los limones
son mejores.)
Cuando son pequeños y verdes, unos melones pueden sugerir
juventud. Pero rápidamente la fruta se torna algo sin edad—como una madre para
su hijo. Las imperfecciones de su piel—y siempre hay algunas—son como lunares o
como marcas de nacimiento. No son el signo de la maduración como las
rugosidades de otras frutas. Confirman simplemente que este melón es único y
que siempre será él mismo.
Para alguien que nunca ha comido uno, su exterior no da idea
alguna de lo que se puede hallar adentro: ese naranja flagrante, nunca visto
hasta el momento de abrirlo, que tiende hacia el verde. Las abundantes semillas
que yacen en el hueco central son del color de flamas pálidas, pero húmedas, y
su espaciamiento y su conglomeración desafían cualquier sentido del orden. Y
por todas partes esa resplandescencia.
El sabor de un melón conlleva oscuridad y luz de sol. Así,
milagrosamente, une estos opuestos que no podrían existir juntos de otra forma”.
Fragmento de “Aquí nos vemos”, de John Berger.
Como una brisa profunda
"El silencio, por cierto, era de una trama tan efímera, tan huidiza
como el día del agua, como la celestia del agua, como la lunación del agua". Juan L. Ortiz.
A la intemperie
A
LA CASA EN VENTA
Como
a una esclava en un mercado antiguo.
Y
hubo algún vendedor
con
barbas de saber bien lo que hacía:
señalaba
la blancura de tus muros,
manoseaba
tus árboles perplejos.
Pude tasar la infancia de mis hijos,
Pude tasar la infancia de mis hijos,
las
lluvias y las siestas de veinte años,
las
caricias de Negro, de aquel perro
que
se quedó dormido entre mis brazos.
Y
cómo pude ver que, terminada
la
ceremonia oscura de la entrega,
otra
cara, otra voz, otra mirada
hacia
un no sé y un nunca te llevaba
entre
el rumor creciente de la feria.
Yo
debí pasar hambre hasta quedarme
con
todo el corazón a la intemperie,
antes
que ver hollados los recuerdos
por pisadas ajenas.
por pisadas ajenas.
Hoy
buscaré un mercado, uno cualquiera,
para
vender mis culpas.
Y
mi pena.
Ese liviano pájaro de luz
Probar la sal de la tierra
"Inventamos utopías para el futuro. Hoy tenemos la tendencia a idealizar el pasado.
Los ladridos en medio de la noche eran casi siempre ignorados. A casi nadie le importaban. Aguantar. Resistir. Esquivar la desesperanza. Devolver el golpe.
Creer en la virtud a pesar de todo. Probar la sal de la tierra. Y convencerse de que el sistema actual no puede durar. No puede. No fue siempre así".
Fragmento entrevista a John Berger, ABC Cultural