"El Vitaminas tenía también un cuaderno en el que apuntaba los movimientos de los vecinos. Un día, tras hacerme jurar que le guardaría el secreto, me confió que la tienda de ultramarinos servía de tapadera para ocultar la verdadera identidad de su padre, que era agente de la Interpol, revelación que, como se verá, alteraría gravemente mi existencia.
... Como el Vitaminas no podía ayudar a su padre en la tienda, le echaba una mano anotando las costumbres de la gente. (... )
Todas las anotaciones eran claras, sintéticas, sin opiniones. No escribía jamás un «creo» ni un «me parece» ni un «quizá». ... Yo envidiaba aquella escritura seca, todavía la envidio.
... Un día, el Vitaminas me aseguró que desde una de las ventanas del establecimiento de su padre se veía la calle. La revelación me pareció una extravagancia, pues para ver la calle no hacía falta asomarse a ninguna ventana, vivíamos en ella. Pero lo dijo con tanto misterio que le pregunté si me la podía enseñar.
—Hay que esperar el momento adecuado —señaló. (...)
La tienda tenía el cierre metálico a medio echar, lo que significaba que estaba cerrada al público.
El padre del Vitaminas se encontraba en el bar y la madre en la trastienda, que hacía también las veces de domicilio. El Vitaminas entró agachándose en la tienda y yo le seguí ...me condujo detrás del mostrador
y me pidió que tirara de la argolla de una trampilla que había en el suelo.
Lo hice y apareció una escalera de madera prácticamente vertical que conducía a un sótano al que descendí detrás de él,
cerrando de nuevo la trampilla a mis espaldas.
Pronto me sentí sumergido en un universo de olores
Olía a chorizo, a queso, a salchichón, a aceite, a bacalao, porque aquello era un almacén oscuro y angosto por uno de cuyos extremos, en el que había un respiradero situado al nivel de la calle, se colaba una porción de luz. El respiradero se encontraba cubierto por una reja metálica muy tupida, la mayor parte de cuyos agujeros estaban cegados por una suciedad de siglos. Por lo demás, la estancia era húmeda y fresca en relación a la superficie.
El Vitaminas me señaló una caja de madera a la que nos subimos para asomarnos a la calle a través de aquel ventanuco.
—Mira —dijo.
Miré y vi una perspectiva lineal de mi calle, pues en la zona donde se encontraba la tienda la acera se ensanchaba, de forma que el edificio formaba un extraño recodo. Me pareció una tontería, al menos durante los primeros minutos, pasados los cuales tuve una auténtica visión. Era mi calle, sí, pero observada desde aquel lugar y a ras del suelo poseía calidades hiperreales, o subreales, quizá oníricas. Entonces no disponía de estas palabras para calificar aquella particularidad, pero sentí que me encontraba en el interior de un sueño
en el que podía apreciar con increíble nitidez cada uno de los elementos que la componían, como si se tratara de una maqueta. Vi la puerta de mi casa, desde luego, pero también la fábrica de hielo, la mercería, la panadería, el taller del escayolista, el del recauchutador, la academia de mecanografía... Quizá debido a la hora, la calle despedía el fulgor que debe quedar tras un ataque nuclear. Más que mi calle, era una versión mística de mi calle".
(Fragmento de "El mundo", Juan José Millás.)