"Dame una respiración que no se agite ni se quiebre. Dale a mi corrazón un ritmo sereno y constante: el cielo de las estaciones, las fases de la luna, el previsible, calmo tránsito de los días y los meses". (Claudia Masin, "Abrigo")
"... Una mirada perdida en el pájaro, un pájaro perdido en la mirada ... Las olas perseguidas por los ojos Las olas perseguidas por el silencio El silencio en la mirada del pájaro Las olas en la mirada del pájaro .. Es preciso crear la luz y el sueño En el hueco de la mano" (...) (Fragmento de "Un día vendrá", en "El ciudadano del olvido", Vicente Huidobro.)
¿Viste
cómo llueve? Llovió así toda la noche y
a cada cierto tiempo yo te hablaba, estuvieras donde estuvieras, aunque
fuera en el extremo más inalcanzable de
la tierra. Cuando llueve así, toda la noche, te decía pareciera
que el mundo va a desprenderse de su eje, pero
la sorpresa más inmensa es que el vendaval termina y
todo permanece como estaba, apenas un poco de desorden que
lentamente se transforma en armonía. Desde
niños, vivimos sobreviviendo a catástrofes como esa, a
los efectos de lo que tendría que haber pasado y no pasó: que
la casa se inunde y nuestras cosas se pierdan arrastradas
por la marea sucia, entre piedras y palos y
restos de animales, un desperdicio más lo que hasta entonces ha
sido nuestra historia, los objetos que
confirman que somos seres físicos y no un soplo filtrándose
desde afuera de esa vida brutal de la materia que
no se detiene jamás para incluirnos. ¿Soñaste alguna vez, cuando
llega la violencia del aguacero, con
que el río se salga de su cauce para siempre y nos empuje, soñaste
con la noche en que el rayo finalmente nos alcance, descalzos
bajo la luz, como esperando saber algo que
sólo el impacto de una fuerza sobre el cuerpo podría
revelarnos? Pero el rayo no cae, no cayó. Ese
es el mayor desastre que conozco: haber estado al borde, una
noche, de que nos fuera concedida una verdad extraordinaria,
y al amanecer darnos cuenta de
que somos los mismos y no sabemos nada que
no supiéramos ya.
("Llueve”
poema de Claudia Masin, de su libro “La Plenitud”)
(…) “Había otra cosa y era esa
leve fragancia que en determinados momentos llegaba del monte sin poder
precisar su origen porque no era un olor único y reconocible, como el del jazmín
del país, por ejemplo, sino un olor vago y general, un olor del tiempo. Y el
río trajo sus cosas también. Sobre todo aquel llamado que nos urgía desde todas
partes, principalmente desde el río abierto que resplandecía cada vez más.
Entonces nuestros pechos se dilataron como si les faltara el aire y se apoderó
de nosotros un ansia desmesurada de partir porque la tierra debajo de nuestros
pies se había tomado extraña y todos los lugares estaban allí, de alguna manera presentidos, enviándonos sus mensajes a través del río. (“Todos los veranos”, Haroldo
Conti, Cuentos completos).
XXIX La hiedra reverdece en la pared del patio, un brote se asoma a mi ventana y me explica por qué has venido, de qué aire la luz violeta se cubre de estrías doradas y tus ojos, como un milagro, amanecen. (Alberto Szpunberg, "El libro de Judith")