Las mujeres sufren sin necesidad - La Prensa 1906
"Hay cientos de mujeres en América que padecen de
enfermedades pélvicas y arriesgan sus vidas por no curarse.
Si me escribieran les beneficiaría con la práctica que
he tenido en dichas enfermedades". Dr S.B. Hartman
Taj Mahal - India
Un cierto pudor me asalta al pronunciar o escribir frases del tipo "El Taj Mahal es el monumento del amor". Así es llamado por muchos. Me siento incapaz. ¿Tara o tabú? Me cuesta nombrar con esas palabras a este sitio. ¿Merece en verdad semejante título?
Cuentan que el Taj Mahal fue erigido por el emperador mogol Shah Yahan en honor de su esposa, Muntaz Mahal que había muerto al dar a luz a su hijo número catorce.
Se sabe que la construcción de estas obras suelen duran un tiempo. Emplazar este complejo de edificios en Agra, en la ribera sur del río Yamuna, en el norte de la India, llevó veintidós años de trabajo. Pusieron la primera piedra en 1631. Esta obra, que combina diversos estilos arquitectónicos: mogol antiguo, indio, persa e islámico, quedó terminada en 1648.
Sabemos en qué terminó el esfuerzo de Muntaz Mahal. Ignoramos lo que les suciedió a los 20.000 obreros que pusieron los cimientos, levantaron las paredes y decoraron los interiores. Menuda tarea. Había que buscar las piedras, trasladarlas, levantarlas y colocarlas sin ninguna de las herramientas que hoy conocemos.
Como si esto fuera poco, existe una leyenda negra que cuenta que el emperador, dejaba ciegos a los obreros y les cortaba las manos al terminar, la obra para que jamas pudieran replicar sobre la faz de la tierra un monumento semejante al Taj Mahal.
Y hay más. Parece que faltaba poco ya para concluir el proyecto cuando Sha Jahan cayó enfermo. Tres de sus hijos aprovecharon la debilidad de su padre para sacar su tajada. El uno, Sha Shuja, se autoproclamó emperador de Bengala; otros dos, uno de nombre Murad y el otro Aurangzeb, tomaron el poder en Guyarat.
La ofensiva dejó sin defensa a Sha Shuja que terminó preso en el fuerte de Agra cerca de allí. El emperador que había mandado a construir el Taj Mahal sólo pudo contemplarlo desde una ventana, a lo lejos.
Al morir, uno de los hijos hizo una pequeña concesión y permitió que debajo del mausoleo de mármol blanco se ubicara cenotafio del emperador junto al de su esposa. De amor, nada.
Según un informe de la Unversidad Autónma de Nuevo León, México, de marzo 2009, a fines del siglo XIX "varios sectores del Taj Mahal estaban muy deteriorados por falta de mantenimiento y durante la época de la rebelión hindú (1857) fue dañado por soldados británicos, cipayos y oficiales del gobierno, quienes arrancaban piedras semipreciosas y lapislázuli de sus muros".
El mismo documento señala que en 1908 "se completó la restauración ordenada por el virrey británico, Lord Curzon, quien también encargó la gran araña de la cámara interior según el modelo de una similar que se encontraba en una mezquita de El Cairo".
Durante el siglo XX parece que hubo aportes en pos del cuidado del monumento: en 1942 el gobierno "construyó un andamio gigantesco cubriendo la cúpula, en previsión de un ataque aéreo de la Luftwaffe y, posteriormente, de la fuerza aérea japonesa. Esta protección se volvió a erigir durante las guerras entre India y Pakistán de 1965 y 1971".
Luego vendrían otros problemas. Amenzas ambientales. Una debida a la lluvia ácida proveniente de la refinería de Mathura, la otra por la contaminación del río Yamuna
"Ambos problemas son objeto de varios recursos ante la Corte Suprema de Justicia de la India", consigna el informe.
Aparecerían otros problemas, estos de índole político-religoso: "recientemente, sectores sunitas reclamaron la propiedad del edificio, basándose en que se trata de la tumba de una mujer desposada con un miembro de ese culto islámico". El Gobierno indio respondió que el Taj Mahal es propiedad de la nación entera.
Hoy es un importante centro turístico en la India. En 1983, fue reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y figura ente las Siete Maravillas del Mundo Moderno.
Acabo de terminar de leer Ébano (Anagrama) de Ryszar Kapuscinski. Periodista, escritor, historiador y ensayista, durante cuarenta años, desde 1957, toda vez que pudo visitó África.
No quiso nunca transitar las rutas oificales ni turísticas, ni alojarse en palacios ni frecuentar a los popes de la política.
Recorrió "el desierto con los nómadas" y fue "huésped de los campesinos de la sabana tropical".
De los afrcianos dice, lisa y llanamente: "su vida es un martirio, un tormento, que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos".
Kapuscinski sostiene que, salvo por el nombre geogfráfico, África no existe pues es un "cosmos heterogéneo", "un océano", "un planeta aparte" que posee una "riqueza extraorninaria".
En verdad, su libro, que narra el recorrido por distintos países del continente, en distintas épocas, es un fresco que en muchos momentos parece pintado en sepia. África de los oprimidos, de los hambrientos, de las luchas étnicas, de las dictaduras y la esclavitud, de la herrancia.
En medio de ello, el hombre, su lucha, sus ansias de libertad.
En medio de ello, un capítulo dedicado a Lalibela. Transcibo un párrafo para que entiendan por qué llamó mi atención.
"Finalmente, Lalibela. Es una de las ocho maravillas del mundo. Y si no lo es, deberías erlo. Sin embargo, resulta difíficl de ver. En la estación delas lluvias no se puede acceder por ninguna parte. En laseca,tampoco es fácil llegar. Se puede puede intentar en avisión, cuando lo hay.
"Desde elcamino no se ve nada.O, mejor dicho, seca, tampoco es fácil llegar. Se puede intentar en avión, cuando lo hay.
Desde el camino no se ve nada. O, mejor dicho, se ve una aldea corriente. De ella salen corriendo a nuestro encuentro unos chiquillos. Cada uno suplica que lo elijamos como guía, porque es su única posibilidad de ganarse algo de dinero. Mi guía se llama Tadesse Mirele y es estudiante. Pero la escuela está cerrada, como todo lo demás: estamos en época de hambruna. La muerte se ceba en la gente de la aldea. Tadesse dice que lleva varios días sin comer, pero hay agua, así que, al menos, bebe. ¿No habrá encontrado un poco de grano? ¿Un trozo de torta? Sí, reconoce, un puñado de grano. «Pero -y se muestra triste al decirlo- nada más». Y acto seguido me pide: «Sir!» «Dime, Tadesse». «Be my helper, please! I need
a helper!» Me mira y entonces veo que sólo tiene un ojo. Un solo ojo en un demacrado y torturado rostro de niño.
Hay aquí iglesias de la Virgen María, del Salvador del Mundo, de la Santa Cruz, de San Jorge, San Marco y San Gabriel, y todas ellas están comunicadas por túneles subterráneos.
-Look, sir! -dijo Tadesse, enseñándome, abajo, la explanada delante de la iglesia del Salvador del Mundo. Aunque yo mismo acababa de fijarme en ello: una veintena de metros por debajo del lugar en que nos encontrábamos, una muchedumbre de mendigos lisiados formaba un enjambre humano en la explanada y las escaleras de la iglesia. A pesar de que no me gusta el término «enjambre», no sé sustituirlo
por ningún otro, porque es el que mejor ilustra la imagen que vi. Aquella gente de abajo, entrelazada por sus extremidades lisiadas, por sus zancos y muñones, estaba apiñada de tal manera que formaba un solo cuerpo moviéndose y arrastrándose, del cual, como tentáculos, salían decenas de brazos, y allí donde no había brazos, aquel cuerpo abría sus bocas y las dirigía hacia arriba esperando a que se les arrojase algo.
Y a medida que avanzábamos de una iglesia a otra, allá abajo, se arrastraba tras nosotros aquel ser enmarañado, gemidor y agonizante, del cual a cada momento se desprendía algún miembro, ya inmóvil y abandonado por el resto.
Hacía tiempo que no llegaban hasta allí aquellos peregrinos que en otra época les habían arrojado limosnas; y al mismo tiempo, los pobres mutilados no tenían cómo salir de aquel abismo de piedra.
-Have you seen, sir? -me preguntó Tadesse cuando regresábamos a la aldea. Y lo dijo en un tono tal, como si considerase que lo que acabábamos de ver era la única cosa que yo estaba obligado a ver.
No quiso nunca transitar las rutas oificales ni turísticas, ni alojarse en palacios ni frecuentar a los popes de la política.
Recorrió "el desierto con los nómadas" y fue "huésped de los campesinos de la sabana tropical".
De los afrcianos dice, lisa y llanamente: "su vida es un martirio, un tormento, que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos".
Kapuscinski sostiene que, salvo por el nombre geogfráfico, África no existe pues es un "cosmos heterogéneo", "un océano", "un planeta aparte" que posee una "riqueza extraorninaria".
En verdad, su libro, que narra el recorrido por distintos países del continente, en distintas épocas, es un fresco que en muchos momentos parece pintado en sepia. África de los oprimidos, de los hambrientos, de las luchas étnicas, de las dictaduras y la esclavitud, de la herrancia.
En medio de ello, el hombre, su lucha, sus ansias de libertad.
En medio de ello, un capítulo dedicado a Lalibela. Transcibo un párrafo para que entiendan por qué llamó mi atención.
"Finalmente, Lalibela. Es una de las ocho maravillas del mundo. Y si no lo es, deberías erlo. Sin embargo, resulta difíficl de ver. En la estación delas lluvias no se puede acceder por ninguna parte. En laseca,tampoco es fácil llegar. Se puede puede intentar en avisión, cuando lo hay.
"Desde elcamino no se ve nada.O, mejor dicho, seca, tampoco es fácil llegar. Se puede intentar en avión, cuando lo hay.
Desde el camino no se ve nada. O, mejor dicho, se ve una aldea corriente. De ella salen corriendo a nuestro encuentro unos chiquillos. Cada uno suplica que lo elijamos como guía, porque es su única posibilidad de ganarse algo de dinero. Mi guía se llama Tadesse Mirele y es estudiante. Pero la escuela está cerrada, como todo lo demás: estamos en época de hambruna. La muerte se ceba en la gente de la aldea. Tadesse dice que lleva varios días sin comer, pero hay agua, así que, al menos, bebe. ¿No habrá encontrado un poco de grano? ¿Un trozo de torta? Sí, reconoce, un puñado de grano. «Pero -y se muestra triste al decirlo- nada más». Y acto seguido me pide: «Sir!» «Dime, Tadesse». «Be my helper, please! I need
a helper!» Me mira y entonces veo que sólo tiene un ojo. Un solo ojo en un demacrado y torturado rostro de niño.
En un determinado momento, Tadesse me agarra de la mano. Pensaba que quería pedirme algo, pero él me ha cogido para impedir que me precipitase por un abismo. Porque he aquí lo que he visto: estaba de pie en un lugar desde el cual, abajo, se veía una iglesia excavada en la roca. La iglesia en cuestión es una mole de tres pisos recortada en el interior de una gran montaña. Y más adelante, en la misma montaña, e invisible desde el exterior, hay una segunda iglesia, y una tercera... Once iglesias enormes.
Este prodigio arquitectónico lo construyó en el siglo XII el rey ahmara San Lalibela, y los ahmaras eran (y son) cristianos de rito oriental. Las construyó en el interior de la montaña para que los musulmanes que invadían aquellas tierras no pudiesen verlas desde lejos. Y aun si las veían, como las iglesias formaban parte integrante de la montaña, los musulmanes tampoco habrían podido destruirlas; ni siquiera tocarlas.Hay aquí iglesias de la Virgen María, del Salvador del Mundo, de la Santa Cruz, de San Jorge, San Marco y San Gabriel, y todas ellas están comunicadas por túneles subterráneos.
-Look, sir! -dijo Tadesse, enseñándome, abajo, la explanada delante de la iglesia del Salvador del Mundo. Aunque yo mismo acababa de fijarme en ello: una veintena de metros por debajo del lugar en que nos encontrábamos, una muchedumbre de mendigos lisiados formaba un enjambre humano en la explanada y las escaleras de la iglesia. A pesar de que no me gusta el término «enjambre», no sé sustituirlo
por ningún otro, porque es el que mejor ilustra la imagen que vi. Aquella gente de abajo, entrelazada por sus extremidades lisiadas, por sus zancos y muñones, estaba apiñada de tal manera que formaba un solo cuerpo moviéndose y arrastrándose, del cual, como tentáculos, salían decenas de brazos, y allí donde no había brazos, aquel cuerpo abría sus bocas y las dirigía hacia arriba esperando a que se les arrojase algo.
Y a medida que avanzábamos de una iglesia a otra, allá abajo, se arrastraba tras nosotros aquel ser enmarañado, gemidor y agonizante, del cual a cada momento se desprendía algún miembro, ya inmóvil y abandonado por el resto.
Hacía tiempo que no llegaban hasta allí aquellos peregrinos que en otra época les habían arrojado limosnas; y al mismo tiempo, los pobres mutilados no tenían cómo salir de aquel abismo de piedra.
-Have you seen, sir? -me preguntó Tadesse cuando regresábamos a la aldea. Y lo dijo en un tono tal, como si considerase que lo que acabábamos de ver era la única cosa que yo estaba obligado a ver.
Lalibela
Acabo de terminar de leer Ébano (Anagrama) de Ryszar Kapuscinski. Periodista, escritor, historiador y ensayista, durante cuarenta años, desde 1957, toda vez que pudo visitó África.
No quiso nunca transitar las rutas oificales ni turísticas, ni alojarse en palacios ni frecuentar a los popes de la política.
Recorrió "el desierto con los nómadas" y fue "huésped de los campesinos de la sabana tropical".
De los afrcianos dice, lisa y llanamente: "su vida es un martirio, un tormento, que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos".
Kapuscinski sostiene que, salvo por el nombre geogfráfico, África no existe pues es un "cosmos heterogéneo", "un océano", "un planeta aparte" que posee una "riqueza extraorninaria".
En verdad, su libro, que narra el recorrido por distintos países del continente, en distintas épocas, es un fresco que en muchos momentos parece pintado en sepia. África de los oprimidos, de los hambrientos, de las luchas étnicas, de las dictaduras y la esclavitud, de la herrancia.
En medio de ello, el hombre, su lucha, sus ansias de libertad.
En medio de ello, un capítulo dedicado a Lalibela. Transcibo un párrafo para que entiendan por qué llamó mi atención.
"Finalmente, Lalibela. Es una de las ocho maravillas del mundo. Y si no lo es, deberías erlo. Sin embargo, resulta difíficl de ver. En la estación delas lluvias no se puede acceder por ninguna parte. En laseca,tampoco es fácil llegar. Se puede puede intentar en avisión, cuando lo hay.
"Desde elcamino no se ve nada.O, mejor dicho, seca, tampoco es fácil llegar. Se puede intentar en avión, cuando lo hay.
Desde el camino no se ve nada. O, mejor dicho, se ve una aldea corriente. De ella salen corriendo a nuestro encuentro unos chiquillos. Cada uno suplica que lo elijamos como guía, porque es su única posibilidad de ganarse algo de dinero. Mi guía se llama Tadesse Mirele y es estudiante. Pero la escuela está cerrada, como todo lo demás: estamos en época de hambruna. La muerte se ceba en la gente de la aldea. Tadesse dice que lleva varios días sin comer, pero hay agua, así que, al menos, bebe. ¿No habrá encontrado un poco de grano? ¿Un trozo de torta? Sí, reconoce, un puñado de grano. «Pero -y se muestra triste al decirlo- nada más». Y acto seguido me pide: «Sir!» «Dime, Tadesse». «Be my helper, please! I need
a helper!» Me mira y entonces veo que sólo tiene un ojo. Un solo ojo en un demacrado y torturado rostro de niño.
Hay aquí iglesias de la Virgen María, del Salvador del Mundo, de la Santa Cruz, de San Jorge, San Marco y San Gabriel, y todas ellas están comunicadas por túneles subterráneos.
-Look, sir! -dijo Tadesse, enseñándome, abajo, la explanada delante de la iglesia del Salvador del Mundo. Aunque yo mismo acababa de fijarme en ello: una veintena de metros por debajo del lugar en que nos encontrábamos, una muchedumbre de mendigos lisiados formaba un enjambre humano en la explanada y las escaleras de la iglesia. A pesar de que no me gusta el término «enjambre», no sé sustituirlo
por ningún otro, porque es el que mejor ilustra la imagen que vi. Aquella gente de abajo, entrelazada por sus extremidades lisiadas, por sus zancos y muñones, estaba apiñada de tal manera que formaba un solo cuerpo moviéndose y arrastrándose, del cual, como tentáculos, salían decenas de brazos, y allí donde no había brazos, aquel cuerpo abría sus bocas y las dirigía hacia arriba esperando a que se les arrojase algo.
Y a medida que avanzábamos de una iglesia a otra, allá abajo, se arrastraba tras nosotros aquel ser enmarañado, gemidor y agonizante, del cual a cada momento se desprendía algún miembro, ya inmóvil y abandonado por el resto.
Hacía tiempo que no llegaban hasta allí aquellos peregrinos que en otra época les habían arrojado limosnas; y al mismo tiempo, los pobres mutilados no tenían cómo salir de aquel abismo de piedra.
-Have you seen, sir? -me preguntó Tadesse cuando regresábamos a la aldea. Y lo dijo en un tono tal, como si considerase que lo que acabábamos de ver era la única cosa que yo estaba obligado a ver.
No quiso nunca transitar las rutas oificales ni turísticas, ni alojarse en palacios ni frecuentar a los popes de la política.
Recorrió "el desierto con los nómadas" y fue "huésped de los campesinos de la sabana tropical".
De los afrcianos dice, lisa y llanamente: "su vida es un martirio, un tormento, que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos".
Kapuscinski sostiene que, salvo por el nombre geogfráfico, África no existe pues es un "cosmos heterogéneo", "un océano", "un planeta aparte" que posee una "riqueza extraorninaria".
En verdad, su libro, que narra el recorrido por distintos países del continente, en distintas épocas, es un fresco que en muchos momentos parece pintado en sepia. África de los oprimidos, de los hambrientos, de las luchas étnicas, de las dictaduras y la esclavitud, de la herrancia.
En medio de ello, el hombre, su lucha, sus ansias de libertad.
En medio de ello, un capítulo dedicado a Lalibela. Transcibo un párrafo para que entiendan por qué llamó mi atención.
"Finalmente, Lalibela. Es una de las ocho maravillas del mundo. Y si no lo es, deberías erlo. Sin embargo, resulta difíficl de ver. En la estación delas lluvias no se puede acceder por ninguna parte. En laseca,tampoco es fácil llegar. Se puede puede intentar en avisión, cuando lo hay.
"Desde elcamino no se ve nada.O, mejor dicho, seca, tampoco es fácil llegar. Se puede intentar en avión, cuando lo hay.
Desde el camino no se ve nada. O, mejor dicho, se ve una aldea corriente. De ella salen corriendo a nuestro encuentro unos chiquillos. Cada uno suplica que lo elijamos como guía, porque es su única posibilidad de ganarse algo de dinero. Mi guía se llama Tadesse Mirele y es estudiante. Pero la escuela está cerrada, como todo lo demás: estamos en época de hambruna. La muerte se ceba en la gente de la aldea. Tadesse dice que lleva varios días sin comer, pero hay agua, así que, al menos, bebe. ¿No habrá encontrado un poco de grano? ¿Un trozo de torta? Sí, reconoce, un puñado de grano. «Pero -y se muestra triste al decirlo- nada más». Y acto seguido me pide: «Sir!» «Dime, Tadesse». «Be my helper, please! I need
a helper!» Me mira y entonces veo que sólo tiene un ojo. Un solo ojo en un demacrado y torturado rostro de niño.
En un determinado momento, Tadesse me agarra de la mano. Pensaba que quería pedirme algo, pero él me ha cogido para impedir que me precipitase por un abismo. Porque he aquí lo que he visto: estaba de pie en un lugar desde el cual, abajo, se veía una iglesia excavada en la roca. La iglesia en cuestión es una mole de tres pisos recortada en el interior de una gran montaña. Y más adelante, en la misma montaña, e invisible desde el exterior, hay una segunda iglesia, y una tercera... Once iglesias enormes.
Este prodigio arquitectónico lo construyó en el siglo XII el rey ahmara San Lalibela, y los ahmaras eran (y son) cristianos de rito oriental. Las construyó en el interior de la montaña para que los musulmanes que invadían aquellas tierras no pudiesen verlas desde lejos. Y aun si las veían, como las iglesias formaban parte integrante de la montaña, los musulmanes tampoco habrían podido destruirlas; ni siquiera tocarlas.Hay aquí iglesias de la Virgen María, del Salvador del Mundo, de la Santa Cruz, de San Jorge, San Marco y San Gabriel, y todas ellas están comunicadas por túneles subterráneos.
-Look, sir! -dijo Tadesse, enseñándome, abajo, la explanada delante de la iglesia del Salvador del Mundo. Aunque yo mismo acababa de fijarme en ello: una veintena de metros por debajo del lugar en que nos encontrábamos, una muchedumbre de mendigos lisiados formaba un enjambre humano en la explanada y las escaleras de la iglesia. A pesar de que no me gusta el término «enjambre», no sé sustituirlo
por ningún otro, porque es el que mejor ilustra la imagen que vi. Aquella gente de abajo, entrelazada por sus extremidades lisiadas, por sus zancos y muñones, estaba apiñada de tal manera que formaba un solo cuerpo moviéndose y arrastrándose, del cual, como tentáculos, salían decenas de brazos, y allí donde no había brazos, aquel cuerpo abría sus bocas y las dirigía hacia arriba esperando a que se les arrojase algo.
Y a medida que avanzábamos de una iglesia a otra, allá abajo, se arrastraba tras nosotros aquel ser enmarañado, gemidor y agonizante, del cual a cada momento se desprendía algún miembro, ya inmóvil y abandonado por el resto.
Hacía tiempo que no llegaban hasta allí aquellos peregrinos que en otra época les habían arrojado limosnas; y al mismo tiempo, los pobres mutilados no tenían cómo salir de aquel abismo de piedra.
-Have you seen, sir? -me preguntó Tadesse cuando regresábamos a la aldea. Y lo dijo en un tono tal, como si considerase que lo que acabábamos de ver era la única cosa que yo estaba obligado a ver.
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Recordando a Susan Sontag
No sé por qué hoy recordé a Susan Sontag. Su coraje.
En plena guerra, en la ex Yugoslavia, se atrevió a poner en escena una versión de "Esperando a Godot" de Samuel Beckett.
El diario El País de España publicó en agosto de 1993 un artículo de fondo que quisiera reproducir en parte. Dice lo que quiero expresar, pero mejor.En plena guerra, en la ex Yugoslavia, se atrevió a poner en escena una versión de "Esperando a Godot" de Samuel Beckett.
"Leo en el periódico que Susan Sontag acaba de estrenar en Sarajevo una nueva versión de "Esperando a Godot.
“Mientras los gobiernos occidentales se debatían entre su temor a intervenir y su mala conciencia al no hacerlo, Susan Sontag no ha vacilado en desafiar la escasez de agua y alimentos, la siniestra puntería de los francotiradores, la metralla de mortero. Gracias a Susan Sontag, los ciudadanos de Sarajevo han visto que la solidaridad internacional no se limita a los cascos azules y a distantes muestras de indignación; algunos de ellos incluso han podido acudir al teatro y liberarse, al menos momentáneamente, de la guerra”. (…)
“Sontag y todo su equipo de artistas y actores bosnios han indicado a sus colegas de occidente, con su generoso gesto, uno de los caminos para escapar de la apatía, el silencio y el miedo mostrado por muchos de nuestros intelectuales y artistas: la acción. porque la acción a escala reducida, a la medida de las posibilidades técnicas de cada uno, puede ser un modo de ir más allá del hasta ahora estéril debate intelectual en torno a la crisis de valores posterior a la guerra fría”. (….)“Siempre habrá Sarajevos donde esperen, en vano, a Godot. Pero acaso en el futuro, y como ya sucedió en la guerra civil española, otros intelectuales seguirán su ejemplo y no vacilarán en mostrar a sus cínicos gobiernos, que todavía vale la pena arriesgar la vida por unos ideales”.
Primer acto de Esperando a Godot.
ACTO PRIMERO
Camino en un descampado, con árbol. Atardecer.
ESTRAGÓN, sentado en el suelo, trata de descalzarse con ambas manos. Se detiene, agotado; descansa,
jadeando; vuelve a empezar.
Igual juego. Entra VLADIMIRO
ESTRAGÓN. – (Renunciando nuevamente.) No hay nada que hacer.
VLADIMIRO. – (Acercándose a pasos cortos y rígidos, separadas las piernas.) Empiezo a creerlo.
(Queda inmóvil) Durante mucho tiempo me he resistido a creerlo, diciéndome “Vladimiro, sé razonable; aún
no lo has intentado todo” Y reemprendía la lucha. (Se reconcentra, pensando en la lucha. A ESTRAGÓN)
¿Así que otra vez ahí?
ESTRAGÓN.¿Te parece?
VLADIMIRO. – Me alegra volver a verte. Creía que te habías ido para siempre.
ESTRAGÓN. – Y yo.
VLADIMIRO. - ¿Cómo celebraremos este encuentro? (Reflexiona) Ven que te bese. (Tiende la mano a ESTRAGÓN)
ESTRAGÓN. –(Irritado) Luego, luego.
(SILENCIO)
VLADIMIRO. –(Molesto, fríamente.) ¿Puede saberse dónde ha pasado la noche el señor?
ESTRAGÓN. –En la cuneta.
VLADIMIRO. – (Sorprendido) ¿Dónde?
ESTRAGÓN. –(Inmutable.) Por ahí.
VLADIMIRO. – ¿Y no te han sacudido?
ESTRAGÓN. –Sí..., no mucho.
VLADIMIRO. – ¿Los de siempre?
ESTRAGÓN. –¿Los de siempre? No lo sé.
(SILENCIO)
VLADIMIRO. –Cuando pienso..., desde siempre... me pregunto qué habría sido de ti... sin mí... (Con decisión.) Sin duda, no serías ahora más que un montón de huesos.
ESTRAGÓN.-(Herido en lo vivo.) ¿Y qué más?
VLADIMIRO.(Anonadado.) Es demasiado para un hombre solo. (Pausa.. Vivazmente.) Por otra parte, ¿por qué desanimarse en este momento? Es lo que yo me pregunto. Hubiera sido necesario pensarlo hace una eternidad, hacia mil novecientos.
ESTRAGÓN. -Basta. Ayúdame a quitar esta porquería.
VLADIMIRO. -Juntos, hubiéramos sido los primeros en arrojarnos desde la torre Eiffel. Entonces sí que lo pasábamos bien. Ahora ya es demasiado tarde. Ni siquiera nos dejarían subir. (ESTRAGÓN vuelve a su calzado.) ¿Qué haces?
ESTRAGÓN.-Me descalzo. ¿No lo has hecho tú nunca?
VLADIMIRO.-Hace tiempo que te digo que es necesario descalzarse todos los días. Más te vendría escucharme.
ESTRAGÓN.-(Débilmente.) ¡ Ayúdame!
VLADIMIRO.- ¿Te encuentras mal?
ESTRAGÓN. -¡Mal! ¡Me preguntas si me encuentro mal!
VLADIMIRO.~(Acalorado.) ¡Tú eres el único que sufre! Yo no importo. Sin embargo, me gustaría verte en mi lugar. Ya me lo dirías.
ESTRAGÓN.-¿Has estado malo?
VLADIMIRO.-¡ Malo! ¡ Me preguntas si he estado malo!
ESTRAGÓN.-(Señalando con el índice.) Eso no es una razón para que no te abroches.
VLADIMIRO.-(Inclinándose.) Es verdad. (Se abrocha.) No hay que descuidarse en los pequeños detalles.
ESTRAGÓN.-¿Qué quieres que te diga? Siempre esperas a última hora.
VLADIMIRO. –(Ensoñadoramente.) A última hora... (Medita.) Tardará; pero valdrá la pena. ¿Quién decía esto?
ESTRAGÓN.-¿No quieres ayudarme?
VLADIMIRO.-A veces me digo que, a pesar de todo, llegará. Entonces todo me parece extraño. (Se
quita el sombrero, mira dentro, pasa la mano por el interior, lo agita y vuelve a ponérselo.) ¿Cómo lo diría?
Aliviado y, al mismo tiempo..., (Busca.) espantado. (Con énfasis.) Espantado! (Se quita otra vez el sombrero y vuelve a mirar en el interior.) ¡Lo que faltaba! (Golpea encima como que caiga algo, mira nuevamente al interior y vuelve ponérselo.) Así que...
ESTRAGÓN.-¿Qué? (A costa de un esfuerzo su consigue sacarse el zapato. Mira dentro, mete la mano, la saca, sacude el zapato, mira por el suelo por si ha caído algo; no encuentra nada, vuelve a pasar la mano zapato, mirando vagamente.) Nada.
VLADIMIRO.~Déjame ver.
ESTRAGÓN.-No hay nada que ver.
VLADIMIRO.~Trata de ponértelo.
ESTRAGÓN.~(Tras examinar su pie.) Voy a dejarle que se oree un poco.
VLADIMIRO. -He ahí un hombre de una pieza que la toma con su calzado cuando la culpa la tiene
el pie. (Vuelve a quitarse el sombrero, mira e! interior pasa la mano, lo sacude, golpea encima, sopla dentro,
vuelve a ponérselo.) Esto empieza a ser inquietante. (Silencio. ESTRAGÓN mueve el pie, separando los
dedos para que circule mejor el aire.) Uno de los ladrones se salvó. (Pausa.) Es una proporción aceptable.
(Pausa.) Gogo...
ESTRAGÓN.~¿Qué?
VLADIMIRO. –¿Y si nos arrepintiéramos?
ESTRAGÓN. –¿Y de qué?
VLADIMIRO. – Pues... (Titubeando.) No hace falta entrar en detalles.
ESTRAGÓN.~¿De haber nacido?
(VLADIMIRO Comienza a reírse a mandíbula batiente, pero inmediatamente se contiene, llevándose la mano a la entrepierna Con gesto impaciente.)
VLADIMIRO.~Ni siquiera nos atrevemos a reír.
ESTRAGÓN.~ Vaya privación!
VLADIMIRO.~Sonreír solamente. (Cuaja en su rostro una suprema sonrisa, que tras un momento se extingue súbitamente.) No es lo mismo. Bueno... (Pausa) Gogo...
ESTRAGÓN.~(Molesto.) ¿Qué pasa?
VLADIMIRO.~¿ Has leído la Biblia?
ESTRAGÓN. –La Biblia... Le he echado un vistazo, seguramente.
VLADIMIRO. – (Sorprendido) ¿En la escuela laica?
ESTRAGÓN. –Cualquiera sabe si lo era o no.
VLADIMIRO. – Debes confundirla con la prisión juvenil
ESTRAGÓN. –Quizá. Recuerdo los mapas de la Tierra Santa. En colores. Muy bonitos. El Mar
Muerto era azul pálido. Nada más mirarlo, me entra en sed. Pensaba: “Ahí iremos a pasar nuestra luna de
miel. Nos bañaremos. Seremos felices.”
VLADIMIRO. –Tenías que haber sido poeta.
ESTRAGÓN. –Lo he sido. (Señalando sus harapos.) ¿Es que no se nota?
(SILENCIO)
VLADIMIRO. – ¿Qué estaba diciendo?...¿Cómo sigue tu pie?
ESTRAGÓN. –Se está hinchando.
VLADIMIRO. – ¡Ah! Ya recuerdo: la historia de los ladrones. ¿Recuerdas?
Photogalería - Distancias insalvables
Madrid - San Isidro (Buenos Aires, Argentina)-
Colonia (Uruguay) - París
"El tiempo del viaje se vuelve un modelo a escala y despiadado del tiempo de una vida: hay un límite más o menos cercano, todo debe ser hecho en el apretado espacio de equis días, sólo que en este caso, el límite es explícito, se lo conoce de antemano. El viajero es siempre un condenado y el el tiempo y su desliz se vuelven aún más angustiosos y aparece ... la obligación de aprovechar a ultranza todos los momentos. Y todos los espacios: en tantos lugares, obscenamente la certeza de que uno nunca volverá."
(Fragemento de "Larga distancia" en Lacrónica, Martín Caparrós)
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