"...Baltasar no tiene espejos, a no ser estos ojos nuestros que lo están viendo bajar
por el camino embarrado hacia el pueblo, y son ellos los que le dicen,
... Baltasar, no pareces el mismo, Baltasar,
pero esto es un defecto de los ojos que usamos,
porque ahí viene una mujer,
y donde nosotros veíamos un hombre viejo, ve ella un hombre joven,
el soldado a quien preguntó un día, Cuál es su gracia, o ni ve siquiera a ése,
pero esto es un defecto de los ojos que usamos,
porque ahí viene una mujer,
y donde nosotros veíamos un hombre viejo, ve ella un hombre joven,
el soldado a quien preguntó un día, Cuál es su gracia, o ni ve siquiera a ése,
sólo a este hombre que baja sucio, canoso y manco, Sietesoles de apodo,
si lo merece tanto cansancio, pero es un constante sol para esta mujer,
no porque siempre brille, sino por existir, escondido de nubes, tapado de eclipses,
pero vivo,
... y le abre los brazos, quién, lo sabre él a ella, los abre ella a él,
ambos, son el escándalo de Mafra, que se agarren así en la plaza pública,
... puede que sean estos dos los únicos seres humanos que como son se ven,
es ése el modo más difícil de ver,
ahora que están juntos hasta nuestros ojos son capaces de ver
que se han vuelto hermosos".
("Memorial del convento", José Saramago.)
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