Que las voces sigan emergiendo

                                

"...Luz de la piedra. Escribe la página, la trabajas de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo, mientras la mano se acerca. No se aleja de la otra mano. Sabes que después de tu gesto no hay nada. Después de la carilla, que no tiene después, carilla sin después, no queda nada.
Empéñate en la forma. Te pones de acuerdo con la forma, como en el teatro religioso del que tu gesto procede, con el rito, tu carilla, te pones de acuerdo. Buscarla, esmerarte en la forma, darle el último toque, perfilarla, darle el toquecito último. Porque más allá de la forma no hay nada.
¿Escribir aunque más no sea de bueyes perdidos para tratar de llenar el agujero? ¿Fondo sería forma? ¿O al llegar al fondo te encontrarías con la forma dispuesta a entrar en el juego?, ¿a entrar en conversación con el fondo hasta dar con la forma?, ¿al tocar fondo te encontrarías con la forma?, ¿al llegar a la forma te encontrarías con que fondo y forma ya no son mera forma? ¿o al tocar fondo te encontrarías con la forma? ¿Fondo no sería forma? ¿dejaría de ser fondo a secas, a solas?
No duplicar el canto, no tratar de escribir dos veces la misma melopea, en ningún momento describir lo que cantan, gregoriano de los montes. No poetizar la voz, que las voces sigan emergiendo a medida que guardas el compás. No reescribir la partitura. Fluya el hilito nacido y criado en las lomas entrerrianas, napa brotando desde tantas partes como otrora la lluvia, su voz no cesa. No sumarte al canto con palabras -palabras no son el canto-, la partitura que oyes tendría que bastarte. Que no llueva sobre mojado.".

(Fragmento de "El Maizal del Gregoriano", Arnaldo Calveyra.)