era, qué era, tan así, tan a campo traviesa; y luego, los perros, todos que ladraban y
parecían acometer algo de bulto por su furia momentáneamente ensimismada.
Apagamos la luz porque la luna. Y por más que escudriñábamos, se ahogaba ese no
saber en la blancura extrema sobre el campo. Papá dijo que las gallinas; a mí me
apagaste una suposición con un “no será nada”; pero antes de que él saliera con la
escopeta ya volvías de las piezas del frente diciéndole que era Billín, nuestro hermano.
Y ya no te vi sino cuando apareciste entre los ligustros, con los botines
embarrados, del tajamar esplendente,
con él por delante, retrasándote, tú retrasándote para que te copiara la suavidad del paso y no se despertara en el pie del sueño, hasta que se entró en la cama".
( “Cartas para que la alegría” - Arnaldo Calveyra.)
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