es un guijarro
cayendo al pozo gris de la tarde.
El tren parte con resoplidos
de boxeador fatigado.
El tren parte en dos al pueblo
como cuchcillo que rebana pan caliente.
Los vagabundos quedan mirando
a los niños andrajosos
que juegan entre castillos de madera.
De las chozas dispersas a lo largo de la vía
salen mujeres a recoger carboncillo entre los rieles,
otras reúnen la parchada ropa
crucificada en los alambres
tendidos en los patios llenos de humo,
y algunas inmóviles y serias como grandes sandías
recogen en los umbrales el lerdo sol de fines de otoño,
ese sol que apenas puede escurrirse entre los álamos".
("Los trenes de la noche", 13, “Crónicas del forastero”, Jorge Teillier.)
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