"Las siestas del verano duran muchísimos años. Una extensión de tiempo para la cual aún, como para tantas cosas, no se ha inventado un nombre. ¿Es un mar la siesta?, ¿Es un desierto? Tal vez las dos cosas, un mar subterráneo que por debajo de las dunas se encrespa y se atormenta por no poder mostrar su fuerza a la luz del sol, allá arriba, donde nada se mueve, no hay un soplo de viento que agite la arena, ni una abeja que ronde ninguna flor, porque la vegetación de la siesta, del desierto está siempre sola, siempre a la espera del agua que no llega.
En esa vida tranquila y suspendida donde solo había dos destinos posibles, la lectura o el sueño, yo elegí la lectura. Y conocí el amor al riesgo, un amor que me desprendería para siempre de mi tierra natal. Es que son peligrosos los libros que se leen bajo la sombra hechizada de la siesta, multiplican su encanto, su capacidad de arrastrarte a otra vida. A una vida donde las cosas que se han deseado mucho, fatalmente suceden".
Claudia Masin, "El calor del mundo".
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