“Eras un río,/ una creciente de agua con espumas y troncos,/
y arrasaste mi corazón/ con nombres y ciudades y lapachos;/
eras un fuego,/ un incendio de montes bajo la siesta aguda/
y quemaste mi garganta/con este viento norte sin descanso.”
("El Canto, Poema IV", Juan Enrique Acuña.)
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