Es que uno va sintiendo el corazón como un lago púrpura breve en el que, de pronto, cae una piedra de silencio y peso.
Es el momento de comenzar a escribir un libro que puede quedar inacabado(acabarlo sería ya haber manufacturado otro producto mercantil, haber proseguido, hasta la muerte, en la manufacturería y cartonaje literario)
Vagas bandas de niños, quizás mi propia banda, o aquellas entre las que yo anduve, hace siglos, arrojan piedras sin velocidad a mi corazón, lago de luna roja.
¿Cae una piedra cada día, cae una piedra cada año? no, tampoco es eso. La piedra cae de vez en cuando, de tarde en tarde y yo me digo: esos cabrones ya han arrojado otra piedra, me van a lapidar.
Pero mientras tanto, escribo con las dos manos, bebo con la derecha, o con la izquierda, me abro mucho las camisas, en verano, para que se me vea el corazón dorado y cano, el viejo corazón barroco de hondo hierro.
Hasta que se me ahogue el lago del corazón y ellos, los chicos, los hijos de puta, huyan gritando a mi infancia".
("La belleza convulsa", Francisco Umbral.)