Horizonte y límite. Trazo una línea entre el cielo y la tierra, a la altura de mis ojos. Observo. Me detengo. Hago pie. Estoy en casa.
El itinenario de un árbol es también el mapa de la intuición. Desde esa perspectiva miro, aspiro a la clarividencia de sus raíces, me subo por las ramas y me entrego, dócil, al paisaje.
El olor de la tiera y la sagacidad del tiempo. Nada irrumpe esta conversación secreta, esta ceremonia despojada de artificios.
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