TEATRO
PH - Un lugar común
La cita es en Espacio Polonia. Un PH reciclado que funciona actualmente como sala teatra
Ficha técnica
Autor y director: Claudio Mattos
Elenco: Ezequiel Gelbaum, Claudio Mattos, Javier Pedersoli, Julián Smud, Jorge Ariel Torres
Diseño de luces: Ricardo Sica
Prensa: Daniel Franco, Paula Simkin
Enlace: http://www.ph-teatro.com.ar
Dónde: Espacio Polonia - Fitz Roy 1477 - CABA
Funciones: sábados 21 hs
El espectador ingresa al lugar y se siente parte de él. El timbre de arriba, el pasillo largo al entrar, el patio. Hay mesas dispuestas como para un festejo. La función está por comenzar.
Roy (Carlos Mattos) cumple años y no tiene ánimo para festejos. Está cabizbajo, desganado. Acaba de separarse de su novia. Una ausencia presente en toda la pieza
Roy (Carlos Mattos) cumple años y no tiene ánimo para festejos. Está cabizbajo, desganado. Acaba de separarse de su novia. Una ausencia presente en toda la pieza
Sus amigos organizan un asado sorpresa para él. Es el departamento de Propiedad Horizontal el que los irá recibiendo, a contramano de los deseos de Roy.
Delio (Ezequiel Gelbaum) es el primero en llegar. Irrumpe en casa de su amigo, sin preanuncio, sin un peso, sin más bagaje que sus ansías de exhibirse. No hay registro del otro, ni capacidad de escucha. Simpático, irreverente, vividor, es un pintor acostumbrado a que otros se ocupen por él de los aspectos prácticos de la vida. Él está para otras cosas: la reflexión, el pensamiento, las terapias aletrnativas.
Pagado de sí, se ve a sí mismo como un hombre de mundo, llamado a emular los trazos de Van Gogh, capaz de seducir a las mujeres, a quienes menciona en más de una ocasión con una fanfarronería que lo ubica en el exacto tipo de frivolidad que pretende disfrazar con sus teorías.
Luego aparece Franco (Julián Smud), un ser sombrío, ácido y depresivo que habla de las mujeres como las culpables del retraso de la evolución del género humano y de las enfermedades de su familia como una herencia fatal.
Entretanto, Roy parece de visita en su propio espacio.
Como una suerte de tándem tragicómico, se los ve llegar a Mirco (Jorge Torres) y a Nahuel (Javier Pedersoli). Hay una extraña relación entre ambos. Nahuel es un sujeto freek. Al igual que el resto, está más cerca de los treinta que de los veinte, pero no ha podido concretar ningún proyecto. Sueña con hacer un negocio importante, a la altura de su inteligencia, de sus conocimientos científicos y económicos. Está llamado a hacer algo grande, cree cuando se enoja con él mismo para envalentonarse. Aunque sabe que está parado en un punto y no puede avanzar. Hasta su postura - muy bien trabajada por Javier Perdesoli - da cuenta de este estancamiento.Mirco, en cambio, se presenta como un muchacho bien plantado, que ha estudiado y en cierto modo es "alguien". Sin embargo, hay algo en él, desencajado. El problema es el otro. El problema es Mirco, con quien vive. Sus taras. Su falta de horizontes. La necesidad de cuidarlo. De estar detrás de él. ¿Como un padre, como un perro, como un lobo, como un amigo excesivamente celoso para ser solamente eso? Empuja a su amigo para que levante vuelo pero teme quedarse solo.
Podría creerse que Mirco es el exponente del mayor grado de violencia en la obra. Somete a Nahuel, le hace reproches, hasta cuando pretende ayudarlo, lo menosprecia. Pero no es la repetición de sus estallidos el único andarivel que sirve para vehiculizar la crueldad, el destrato, el egoísmo.
Hay portazos y reclamos, "pases de facturas", sentimientos poco nobles que bien caben también a sus compañeros. Y en medio de todo, el humor.
El espacio escénico se divide en dos: el living y la cocina. En cada uno de ellos hay una puerta que sirve de entrada y salida a los personajes, como en un vodevil. Y el patio, que no se ve pero es útil para que los actores, con la excusa de ir preparando el asado, queden fuera o dentro del cuadro según convenga al desarrollo de la obra.
Roy espera atónito, y porqué no pasivo, que alguno advierta que en este día de pretendida celebración, él se siente vencido por la soledad. Con diálogos que mezclan el humor, la vanalidad y por momentos una infrecuente riqueza lingüística – que sobra quizás en alguna caracterización – se va tejiendo la trama.
Lejos de ciertas experiencias teatrales locales, tan dadas a una dramaturgia en la que el lenguaje corporal deja a la palabra muchas veces a la saga, en P.H. se nota un búsqueda por la construcción del texto como elemento estructurante del hecho teatral.
El desprejuicio y la inmadurez de este grupo corren paralelos a la angustia que encierra cada una de sus historias. Y que crece, a medida que se suceden las escenas. Los personajes - bien interpretados y dirigidos - están situados en un lugar común que es de todos y de nadie. Un espacio en donde los límites, las responsabilidades y los deseos personales son difusos. ¿Quién es cada uno de estos amigos?
El conflicto de la obra reside en ellos mismos, en sus problemas, en sus fracasos. La trama los aprovecha y les suma un secreto compartido que permite al autor mostrar la fragilidad de los vínculos, la dificultad de comunicarse, los dobleces del espíritu humano.
El desprejuicio y la inmadurez de este grupo corren paralelos a la angustia que encierra cada una de sus historias. Y que crece, a medida que se suceden las escenas. Los personajes - bien interpretados y dirigidos - están situados en un lugar común que es de todos y de nadie. Un espacio en donde los límites, las responsabilidades y los deseos personales son difusos. ¿Quién es cada uno de estos amigos?
El conflicto de la obra reside en ellos mismos, en sus problemas, en sus fracasos. La trama los aprovecha y les suma un secreto compartido que permite al autor mostrar la fragilidad de los vínculos, la dificultad de comunicarse, los dobleces del espíritu humano.
Quizás la resolución de la obra, la escena final, no pese tanto como el retrato de la psicología de estos personajes y los temas que abordan: el paso del tiempo, la lealtad, la necesidad de trazarse metas, el deseo de un otro capaz de mirar, de escuchar y de comprender.
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