Calzadas submarinas de luz verde

"Me tendiste esa hoja verde y la puse en mi mejilla como una manita del árbol. 
Desde entonces, antes de leer un libro tuyo, 
lo lleno de hojas de árboles 
para hermanarlas con las que están adentro 
y busco que se entienda los castaños de savia con los escritos, 
la nervaduras del fresno con las del poema, los pinos y los sauces, 
la delgadez del eucalipto que como una espada parte en dos la escritura. 


Y en cualquier página en que abra yo el libro, en la 26 o en la 63, 
siempre viene un árbol a mi encuentro convirtiendo tus poemas en
 “calzadas submarinas de luz verde”.



(Fragmento de "Octavio Paz. Las palabras del árbol", de Elena Poniatowska.)

El cielo sube hasta los árboles

"Arriba el agua
Abajo el bosque
El viento por los caminos
Quietud del pozo


El cubo es negro El agua firme
El agua baja hasta los árboles
El cielo sube hasta los labios".

(Fragmento de “Octavio Paz. Las palabras del árbol” de Elena Poniatowska.)

En el principio fueron los árboles




"En el principio fueron los árboles. 
Desde niño los nombraste 
y ellos te volvieron azul y verde la mirada. 
Una rama de árbol entró en tu cuarto por una grieta
 en el muro


y la tomaste y la metiste en tu boca 
para que creciera en ti, 
te madurara adentro, echara raíces, 
te ocupara entero".

 (Fragmento de "Octavio Paz, "Las palabras del árbol," de Elena Poniatowska.)

En las siestas de verano

"En las siestas de verano nace -como una flor silvestre, 
descuidada y exuberante- la soledad de la infancia,
 y un desamparo diferente a cualquier otro: 
el desamparo ante una belleza que no se puede compartir con nadie. 



... Las horas de esplendor son siempre eso: ... 



un tesoro que se guarda para cuando alguien -mucho más tarde- 
nos recuerde, con el cuerpo o la voz o la mirada, su existencia. 


Y un tesoro no tiene otra razón de ser que la llegada de ese momento 
en que va a ser descubierto, 
va a convertirse en el regalo que se ofrece, el don, la fiesta".

(Fragmento de "El verano", Claudia Massin.)

Métaforas sobre la otredad



"Marte era una costa distante y los hombres cayeron en olas sobre ella. 
Cada ola era distinta y cada ola más fuerte.Marte era una costa distante 
y los hombres cayeron en olas sobre ella. 
Cada ola era distinta y cada ola más fuerte. 
La primera ola trajo consigo a hombres acostumbrados a los espacios, 
el frío y la soledad; cazadores de lobos y pastores de ganado, flacos, 
con rostros descarnados por los años, ojos como cabezas de clavos y
 manos codiciosas y ásperas como guantes viejos


. Marte no pudo contra ellos, pues venían de llanuras y praderas tan inmensas 
como los campos marcianos. 
Llegaron, poblaron el desierto y animaron a los que querían seguirlos. 
Pusieron cristales en los marcos vacíos de las ventanas, 
y luces detrás de los cristales.
Esos fueron los primeros hombres.
Nadie ignoraba quiénes serían las primeras mujeres.
Los segundos hombres debieran de haber salido de otros países, 
con otros idiomas y otras ideas. 
Pero los cohetes eran norteamericanos y los hombres eran norteamericanos 
y siguieron siéndolo, 
mientras Europa, Asia, Sudamérica y Australia contemplaban 
aquellos fuegos de artificio que los dejaban atrás. 
Casi todos los países estaban hundidos en la guerra o en la idea de la guerra.



Los segundos hombres fueron, pues, también estadounidenses. 
Salieron de las viviendas colectivas y de los trenes subterráneos, 
y después de toda una vida de hacinamiento en los tubos, latas y cajas de Nueva York, 
hallaron paz y tranquilidad junto a los hombres de las regiones áridas, 
acostumbrados al silencio.
Y entre estos segundos hombres había algunos que tenían 
un brillo raro en los ojos 
y parecían encaminarse hacia Dios..."
("La costa", Ray Bradbury.)