Donde la luz se demora


 "Haz una llave, aunque sea pequeña,
entra en la casa.
Consiente en la dulzura, ten piedad
de la materia de los sueños y de las aves.






Invoca el fuego, la claridad, la música
de los flancos.
No digas piedra, di ventana.
No seas como la sombra.









Di hombre, di niño, di estrella.
Repite las sílabas
donde la luz es feliz y se demora,


vuelve a decir: hombre, mujer, niño.
Donde la belleza es más nueva".




("Blanco en lo blanco", Eugénio de Andrade, poeta portugués.)

Ojos de agua secreta


... "Ojos de agua de sombra,
Ojos de agua de pozo,
Ojos de agua de sueño. (...)
La noche moja riberas en tu alma".


                                          (Fragmento de "Agua nocturna", Octavio Paz.)

Aconteceres


- "...cada uno ve el mundo con los ojos que tiene, 
y los ojos ven lo que quieren, los ojos hacen la diversidad del mundo y fabrican maravillas, aunque sean de piedra, y las altas proas, aunque sean de ilusión". (...) 
 "...Los momentos no avisan cuando vienen". 

("La balsa de piedra", José Saramago).



Versiones de la luna por José Saramago



"Era luna llena, de aquellas que transforman el mundo en fantasma, cuando todas las cosas, las vivas y las inanimadas, murmuran misteriosas revelaciones, pero va diciendo cada cual la suya, y todas desencontradas, por eso no logramos entenderlas y sufrimos la angustia de casi saber y quedarnos no sabiendo". 
                                                    ("Historia del Cerco de Lisboa")


 "...Una luna capaz de hacer caminar las sombras". 
                                                                        ("Todos los Nombres").



"Aparte de la conversación de las mujeres, son los sueños los que sostienen al 
mundo en su órbita. Pero son también los sueños los que le ponen una corona de lunas, por eso el cielo es el resplandor que hay dentro de la cabeza de los hombres, 
si no es la cabeza de los hombres el propio y único cielo". 
("Memorial del Convento", José Saramago.)




"...  cuando Baltasar descansa en Blimunda o ella descansa en él, ambos descansando, Este es el aroma mejor del mundo, el de la paja removida, de los cuerpos bajo la manta, de los bueyes que rumian en el comedero, el olor del frío que entra por las rendijas del pajar, tal vez el olor de la luna, todo el mundo sabe que la noche tiene otro olor cuando hay luna, hasta un ciego, incapaz de distinguir la noche del día, dirá, Hay luna..." 
                                                               ("Memorial del Convento".)




"Se aproximan ahora un hombre que dejó la mano izquierda en la guerra y una mujer que vino al mundo con el misterioso poder de ver lo que hay detrás de la piel de las personas. El se llama Baltazar Mateus y tiene el apodo de Siete Soles, a ella la conocen por el nombre de Blimunda, y también por el apodo de Siete Lunas que le fue acrecentado después, porque está escrito que donde haya un sol tendrá que haber una luna, y que sólo la presencia conjunta y armoniosa de una y de otro tornará habitable, por el amor, la tierra".

(José Saramago, discurso de aceptación del Nobel sobre "Memorial del Convento").





La palabra viaje


Ser cartógrafa de una casa implica conocer sus objetos
secretos: una red agujereada de pesca en el depósito
de las herramientas, señuelos con dibujos de peces
rojos y negros, el cuadrante roto de una brújula
que marca siempre el norte, olor a humedad que recuerda
imperfectamente



  Como si alguien de la familia
hubiera fallado en los preparativos de una travesía larguísima

                                                                                                                                                      





 y ahora te tocara reconstruir                                     de esa expedición
que nunca se hizo.
Se debería partir cuando el                                           mapa esté completo,

cada ciudad en su sitio y de cada una los datos necesarios
la velocidad máxima de sus vientos, la profundidad de sus ríos,
su época de tormentas.
 A veces pensaste en diseñar
un mapa deliberadamente errático, por la sola belleza
de extraviarte en dibujos que no llevan a ninguna parte.
O tal vez para obligarte a permanecer en el mismo sitio
preparando para siempre una partida,
tu propia vida el lugar donde aprender la palabra viaje.
Todas las cosas hermosas, al principio, son palabras.
¿Viste alguna vez cómo el sol atraviesa
el ala de un insecto en vuelo? ¿Con qué delicado
y fugaz dibujo la rellena? 

Así hubieras querido que se viera
tu cuerpo en la transparencia de la tarde:
una chispa de azufre, azulada. 

Materia inflamable
que al menor roce recuerda su pertenencia a los volcanes,
su ansia de desprenderse y arder en el aire.
¿Adivinaste ya que no es ese tu oficio? 


¿Pudo tu cuerpo amar lo que le ha sido encomendado? Que otros se vayan.
Lo tuyo es escribir la historia de ese viaje.


("Azufre", Claudia Masin, “Geologías”, 2001.

Sueños de madera


En este reino mío donde creció mi infancia
con sus mitos de siestas, cedrones y torcazas
en esta casa, digo, donde anduve los pasos
aquellos del pesebre, de los sueños en alto,
yo descubrí el secreto de los panes fragantes
y el canto de los pájaros.
Y tengo en mí las manos que guiaron mis manos
las cuatro azules manos de sangre siempre viva
las que me señalaron la ruta de la estrella

y este divino oficio de ceñir los silencios
con lazos de palabras.
Y tengo en mí encendidos los tiempos del milagro



los del amor primero, los de la patria niña
aquellos del misterio, de la simple alegría
aquellos que confluyen en los brazos del árbol.


Y estoy aquí y ahora con mi ilusión a cuestas
y dibujo nostalgias de sus muros bermejos


y en la higuera que sabe de las tardes celestes
hoy busco la certeza de la antigua memoria
que se fue con el viento.
Hoy vuelvo a mis ancestros, a la raíz del canto
a los duende traviesos que aprisionan ausencias
y rescato el poema que se gestó en sus noches

y al hombre inmemorial de las leyendas.
Yo decreto por siempre la eterna primavera
en este reino mío donde el amor palpita.
Yo decreto por siempre que el amor no se muera
 y que se encienda el fuego sin tiempo de la espera.









En este reino mío, donde mi tarde llega 
yo fui feliz acaso, con sueños de madera.


("La casa", Selva Yolanda Ramos.)

Es tuya, es mía

¿Puedes venderme el aire que pasa entre tus dedos y te golpea la cara y te despeina?

¿Tal vez podrías venderme cinco pesos de viento, o más, quizás venderme una tormenta?

¿Acaso el aire fino me venderías, el aire (no todo) que recorre en tu jardín corolas y corolas, en tu jardín para los pájaros, diez pesos de aire fino?


El aire gira y pasa en una mariposa. Nadie lo tiene, nadie.


¿Puedes venderme cielo, el cielo azul a veces, o gris también a veces, una parcela de tu cielo, el que compraste, piensas tú, con los árboles de tu huerto, como quien compra el techo con la casa?

¿Puedes venderme un dólar de cielo, dos kilómetros de cielo, un trozo, el que tú puedas, de tu cielo?




El cielo está en las nubes. Altas las nubes pasan. Nadie las tiene, nadie 

¿Puedes venderme lluvia, el agua que te ha dado tus lágrimas y te moja la lengua? 


¿Puedes venderme un dólar de agua de manantial, una nube preñada, crespa y suave como una cordera, o bien agua llovida en la montaña, o el agua de los charcos abandonados a los perros, o una legua de mar, tal vez un lago, cien dólares de lago?



El agua cae, rueda. El agua rueda, pasa. Nadie la tiene, nadie.

¿Puedes venderme tierra, la profunda noche de las raíces; dientes de dinosaurios y la cal dispersa de lejanos esqueletos?


¿Puedes venderme selvas ya sepultadas, aves muertas, peces de piedra, azufre de los volcanes, mil millones de años en espiral subiendo?

¿Puedes venderme tierra, puedes venderme tierra, puedes?

La tierra tuya es mía.

Todos los pies la pisan.

Nadie la tiene, nadie.


("¿Puedes?" Nicolás Guillén.)