Muñecas rusas: la síntesis y lo consecutivo

























Nada se sueña en vano.
ni son gratuitos los oráculos
Nada que esté en el futuro
ha evitado su huella en el presente.



Clara Obligado, “El libro de los viajes equivocados”.

Porque puedas oírme


No me dejes sin mi silencio, te pedí, no te lo lleves todo, que
no me quede con el tuyo todo, solo.
Que cuando no me acabe de haber ido me posea mi silencio 
mudo.
Porque puedas oírme cuando no me acabe de haber ido.


Poema de Arnaldo Calveyra, en "Libro de las mariposas".

Escribo con lo que tengo a mano ... no voy muy lejos a buscar las cosas ...


No me has encontrado, me anduve empapando de rocío. Temprano irisado. 
Iba cantando, iba contándome, iba abriendo maizales con el canto al canto. 
Los perros lo toreaban a Dios de tan visible.

Arnaldo Calveyra, en "Libro de las mariposas".


Presente continuo


Pues el tiempo no para, nada importa
que los días vividos aproximen
el vaso de agua amarga colocado
donde la sed de vida se exaspera.
No contemos los días que pasaron:
fue hoy cuando nacimos. Solo ahora
la vida comenzó, y, lejos aún,
la muerte ha de cansarse en nuestra espera.

"Pues el tiempo no para", José Saramago.

Calendarios y porcentajes

                                                          
 Como dice el tango, veinte años no es nada. 

Instrucciones de vuelo


Aéroflorale II, mítica aeronave cargada de vegetales tripulada por el grupo francés La Machine, estacionada en Avenida de Mayo durante su paso por la ciudad de Buenos Aires.


"Tal vez sea bueno que conservemos algunos sueños sobre una casa que habitaremos más tarde, siempre más tarde, tan tarde que no tendremos tiempo de realizarlos." (Gastón Bachelard "La Poetica del Espacio")

        
                                                        Fotos:  Silvia Sandín Rosón.

El instante que nos dio el alma entera


De todas las cosas que me han pasado en esta vida 
son las inocentes las que recuerdo con hondura 
y más mientras los años a disparada como potros

en una estela de polvo también pasan y pasan, 
pero el vicio nunca acaba de andar así ensuciando
esa claridad solita que viene por encanto
y por gualicho bruto se va de andar pensando fiero
o pensando mal de esto o de aquello y sobre todo 
de la siempre linda inocencia franca para darle 
a los demás y más aún de la que tienen los otros 
o ganas de tenerlas de seguro como yo, 
dar y recibir así de ida y vuelta y natural 
si miramos bien las cosas qué fácil es perderse
en belleza inocente que no calcula porque ve
solamente hondura o ese espesor de la vida único
al hacer las cuentas donde es llamado el instante
que no nos dio cosa ninguna más que el alma entera
y sabionda de saber nada se lleva y sólo fue  ganar fue seguir en la montura sutil del viento.


Día del perdón, en "Tener lo que se tiene", Diana Bellessi.

Foto:Carlos Keen - Provincia de Buenos Aires - Argentina

La palabra que derriba muros




"La palabra nos constituye. A veces no nos paramos a acariciarla.
Somos palabra. 
La poética tiene una fenomenal potencia para atravesarnos. 
La palabra poética es una palabra que dice lo que no dice,
que dice mucho más allá, mucho más adentro,
es la palabra que deriiba muros 
y que llega hasta el final del sentido.
Extrañamente a veces está en el cajón de los repasadores,
en el patio de atrás.
No parece tan seria. Sin embargo, es insustituible.
Qué bueno que los científicos nos expliquen el mundo
pero qué bueno, también,  que los poetas nos expliquen este lugar que habitamos.
Tenemos que enteneder el conocimiento que deviene del arte
porque es un conocimiento de la libertad.
La palabra poética es puro silencio. Los poetas hacen que el silencio
diga lo que ellos tienen ganas de decir.
Una poesía es sólo un silencio rodeado de las palabras precisas.
Hasta en la palabra, la ficción y la mentira están todo el tiempo relacionadas. 
La ficción tiene la capacidad de mentir para decir la verdad.
Mentir para decir la verdad es otra de las grandes potencias
de la palabra literaria. Hace buena la mentira.
Creo que es la única mentira amable,

la mentira de la literatura.
Hay que entender la palabra como la han entendido siempre
nuestros pueblos originarios y muchas otras culturas ancestrales:
la palabra nunca como una cosa inocente,
nunca como una cosa neutra,
nunca como una cosa que se pronuncia y no transforma nada.
Decir es hacer, decían nuestros chamanes, nuestros abuelos, nuestros taitas.
Decir es transformar.
Creo que la palabra nos hace libres, bellos, luminosos.
Y si alguna vez nos toca quedarnos sin palabras
que sea porque estamos maravillados y no porque estamos vacíos".
(fragmentos de "Mentir para decir la verdad", Liliana Bodoc, en TedX Joven@RíodelaPlata). 

Eso que va a mutar



Una casa con jardín

Me obsesionan algunos detalles
como esa vez que me enseñaste
a poner el plato abajo de las plantas
para que ellas puedan tomar cuando quieran.
En seguida pensé que esas cosas
dicen mucho de vos.
Las plantas chiquitas crecen mejor
si alguien las ayuda.

(Jimena Arnolfi, "Todo hace ruido").


El amor al riesgo

Poética de la exploración

"La obra de Julio Verne (....)  sería buen objeto para una crítica de estructura. Se trata de una obra con temas; Verne construyó una suerte de cosmogonía cerrada sobre sí misma, que posee sus propias categorías, su tiempo, su espacio, su plenitud e inclusive su principio existencial. Este principio creo que se encuentra en el gesto continuo del encerramiento. 


La imaginación del viaje corresponde en Verne a una exploración de lo cerrado; la coincidencia de Verne con la infancia no proviene de una mística banal por la aventura, sino de una felicidad común por lo finito, que puede encontrarse en la pasión infantil por las cabañas y las tiendas de campaña: el sueño existencial de la infancia y de Verne consiste en amurallarse e instalarse. 
El arquetipo de este sueño es esa novela casi perfecta, La isla misteriosa, donde el hombre-niño reinventa el mundo, lo llena, lo cerca, se encierra dentro de él y corona este esfuerzo enciclopédico con la postura burguesa de la apropiación: pantuflas, pipas y un rincón del hogar, mientras afuera la tormenta, es decir el infinito, se enfurece inútilmente. 
Verne fue un maniaco de la plenitud: no cesaba de establecer límites al mundo y de amueblarlo, de llenarlo como si fuera un huevo; su movimiento es exactamente igual al de un enciclopedista del siglo XVIII o de un pintor holandés: el mundo es finito, el mundo está lleno de materiales numerables y contiguos. La única tarea del artista es hacer catálogos, inventarios, perseguir rinconcitos vacíos, para hacer ahí, en apretadas líneas, las creaciones y los instrumentos humanos. 
Verne pertenece a la progenie de la burguesía progresista: su obra destaca que nada puede escapar al hombre, que el mundo, hasta el más lejano, es como un objeto en su mano y que la propiedad, al fin y al cabo, es sólo un momento dialéctico en el dominio general de la naturaleza. Verne de ninguna manera buscaba ensanchar el mundo por los caminos de la evasión romántica o los planes místicos de infinito. Buscaba permanentemente contraerlo, poblarlo, reducirlo a un espacio conocido y cerrado, que el hombre podría luego habitar confortablemente. El mundo puede eliminar todo de sí mismo; para existir no precisa de nadie más que del hombre.

Más allá de los innumerables recursos de la ciencia, Verne inventó un excelente medio novelesco para que esta apropiación del mundo resultara deslumbrante: interactuar el espacio y el tiempo, conjugar incesantemente ambas categorías, arriesgarlas a una misma jugada de dados o a un mismo movimiento de cabeza y siempre tener éxito. Las mismas peripecias se encargan de imprimir al mundo una especie de estado elástico, de alejar el cierre luego de aproximarlo, de jugar alegremente con las distancias cósmicas y de probar maliciosamente el poder del hombre sobre los espacios y los horarios. 
Y sobre este planeta, deglutido triunfalmente por el héroe verneano, suerte de Anteo burgués cuyas noches son inocentes y "reparadoras", se arrastra a menudo algún desesperado, presa del remordimiento o del esplín, vestigio de una edad romántica concluida que destaca, por contraste, la salud de los verdaderos propietarios del mundo, quienes sólo se deben preocupar por adaptarse, de la manera más perfecta posible, a situaciones cuya complejidad nada tiene que ver con la metafísica y ni siquiera con la moral sino que se vincula simplemente a algún capricho mordaz de la geografía. Indiscutiblemente, el gesto profundo de Julio Verne es, pues, la apropiación. 

La imagen del barco, tan importante en la mitología de Verne, no la contradice; por lo contrario: el barco bien puede ser símbolo de partida; pero más en profundidad, es la cifra de la clausura. 
El gusto por el navío es siempre la alegría de un encierro perfecto, de tener a mano el mayor número posible de objetos. De disponer de un espacio absolutamente finito: amar los navíos es, ante todo, amar una casa superlativa —cerrada sin remisión— y no las grandes partidas hacia viajes sin destino. El navío es un fenómeno vinculado a la vivienda, más que un medio de transporte. Por eso todos los barcos de Julio Verne son perfectos "rincones hogareños" y la enormidad de su periplo añade más felicidad a la de la clausura, a la perfección de su humanidad interior. El Nautilus es, en este sentido, la caverna adorable. El goce del encierro alcanza su paroxismo cuando desde el seno de esa interioridad sin fisura, es posible ver por un gran vidrio el vacío de las aguas exteriores y, en un mismo gesto, definir el interior como lo contrario.



Desde esta perspectiva, la mayoría de los barcos de leyenda o ficción son, como el Nautilus, tema de adorado encerramiento. Basta que el navío se presente como vivienda del hombre para que el hombre organice allí, inmediatamente, el goce de un universo perfecto y sin sobresaltos, donde la moral náutica lo hace a la vez dios, amo y propietario (único capitán a bordo, etc.). 


En esta mitología de la navegación, hay un solo medio para exorcizar la naturaleza posesiva del hombre sobre el navío: suprimir al hombre y dejar al navío solo; entonces el barco deja de ser encierro, vivienda, objeto poseído. Se convierte en ojo viajero, seductor de infinitos, que produce partidas sin descanso.





El objeto verdaderamente contrario al Nautilus de Verne es el Barco ebrio de Rimbaud, el barco que dice "yo" y, liberado de su concavidad, puede hacer pasar al hombre de un psicoanálisis de la caverna a una verdadera poética de la exploración".

(Roland Barthes, Mitologías).