Cuando los vínculos se deshojan


Sonata de otoño, la pieza de teatro basada en un guión de Ingmar Bergman que protagonizan con maestría Cristina Banegas y María Onetto con dirección de Daniel Veronese narra el encuentro – o el desencuentro – entre una madre (pianista) y su hija (casada con un pastor protestante, interpretado por Luis Ziembrowski).
La periodista Alejandra Varela, en una excelente nota en el Suplemento Las 12 de Página 12, se refiere a la obra.
“Entre las dos la palabra como una espada de acero. La madrugada como paisaje borroso y unas voces, las de una madre y una hija que se quedan despiertas. El peligro de la noche las hace entrar en otro tiempo donde el conflicto se convierte en sangre, en pura entraña, donde se dice lo imposible y la palabra se vuelca sobre el mantel, sobre la alfombra”.
Hay algo abstracto, inmaterial en Sonata de otoño, como si la obra ocurriera, en realidad en la cabeza de estas dos mujeres, como si ese preludio de Chopin que abre las compuertas de la furia de Eva fuera más real que los objetos y la casa que las contiene “porque esta hija está peleando con una madre que es el fantasma de su infancia –irrumpe Cristina Banegas, la actriz que asume el rol de Charlotte en la nueva versión que se presenta en el teatro El Picadero–, con una madre ausente, demasiado liberal para la moral de esa familia, de una madre artista, dedicada a su carrera, y creo que esto es irreparable pero, al mismo tiempo, uno tendría que poder decirle al otro si Charlote se hubiera analizado, como si fuera una persona y no un personaje, este fantasma no soy yo, es la mamá que tenés vos adentro de tu cabeza”.
Claro, que para que eso ocurriera, habría meterse también en la cabeza del autor, Bergman. Que de lazos familiares ha contado y bastante. 
… Dice la periodista “Eva no podría entenderla porque está atrapada en la exuberante pasión del odio, esa que despierta el recuerdo en todos sus detalles y que en la dramaturgia de Ingmar Bergman se enreda en el alma de una mujer creyente. El bien y el mal entran en conflicto en el cuerpo de María Onetto, en esa manera descomunal de hacer crecer a este ser inundado de religiosidad y convertirla en una fiera que acorrala a una madre seductora con su vestido rojo de fiesta, con la fantasía de continuar con su actuación porque Charlotte rechaza el dolor, no quiere quedar detenida en cada una de sus pérdidas, mientras que la hija la obliga a mirar minuciosamente el pasado reconstruye escenas completas ante los ojos de una madre azorada”.
Y agregamos nosotros, una madre negadora y egocéntrica, que prefiere no pasar por los filos del dolor, que está en las antípodas del sentido religioso de su hija. Si para Eva (en la piel de Onetto) todo tiene un sentido, para Charlotte (Banegas) todo es banal, y cuanto más en la superficie quede, cuanto más inadvertido pase, el espejo en el que se mira, le seguirá diciendo que todo está en orden, que la vida es bella, gozosa, e indolora.
Valera incluye en su publicación, comentarios de las actrices: “Son textos que yo encuentro totalmente posibles”, explica Onetto. “Yo tengo una cantidad de imágenes fijadas, no sólo de la infancia, de sucesos importantes de mi vida que podría definir casi lo que tenía puesto, el día que era, donde uno crea pequeños signos de los que esta nena vivió. Sea la manito pequeña de la madre tocándole la cabeza y cómo ella recibió esas cosas.” 
"Y piensa mientras reconstruye su caracterización del personaje de Eva, en lo desconcertante que puede haber sido para esa madre que llega de visita a su casa reconocerse como objeto de ese odio". “Uno se siente observado de una manera muy exhaustiva y se sorprende. Eso tiene que ver con esas sobrecargas afectivas que las personas ponemos en los otros". 
"En este caso está justificada porque ella es su madre y vos esperás cosas de ella y si no cumple su rol eso trae consecuencias. Es evidente por la forma en que Eva plantea que se trata de cosas que todavía están completamente vírgenes para ella y no elaboradas y al vivir en un mundo religioso, porque está casada con un pastor, hay un tipo de moral que no es la moral de un artista".

"Dentro de la cantidad de cosas que diferencian a los artistas del resto de las personas hay algo en relación con su moral. No porque sean amorales, pero sí es una zona menos rígida. Y ella viene a plantearle a la madre unos asuntos que logran hacer que tambalee en su punto de vista, porque la madre tiene muchos argumentos que siente que la justifican para decir por qué no la vio, por qué se comportó de tal o cual manera, pero es verdad que la relación madre e hija y las obligaciones y las responsabilidades que eso crea hacen que un hijo pueda tener sobre un padre una demanda infinita.”
Es muy interesante lo que plantea Varela sobre la puesta de Veronese. “Está contada sobre los cuerpos” –afirma.  “El conflicto está en el modo de sostener siempre una tensión, un desborde físico que nunca ocurre pero que presiona como una posibilidad, porque lo ausente es el combustible de la escena; el recuerdo y el modo de narrarlo definen personajes donde se asoma lo insoportable, lo que jamás debió decirse, los gestos que asume el dolor cuando se transforma en acto, en acción dramática y no en un mero estado ilustrativo”.
Esta tirantez está presente a lo largo de toda la obra. El contrapeso va de la mano del personaje de Víktor (Luis Ziembrowski), cuya presencia en escena regala un necesario equilibrio que el actor maneja a la perfección.
Onetto – en la nota de las 12 que venimos citando, destaca que Veronense no utiliza para la descarga otros elementos que no sean los cuerpos de los personajes: no hay apagones, ni objetos que se rompen.  El director trabaja con el vértigo, las intensidades, la velocidad. Y ese es el riesgo, subraya.
Un riesgo – que señala Onetto – tiene que ver con el hecho teatral “una ceremonia donde están vivos los espectadores”.
Y he aquí que realmente eso ocurre. Y también con la intensidad que – por momentos – llega a voltajes muy altos.
La otra cara de la desmesura – como la llama Varela – es la de Charlotte, caracterizada por Cristina Banegas. Una mujer del mundo del arte, acostumbrada a expresarse, a dar su parecer. Y sí, es auténtica,  nada complaciente. 
En este encuentro, que se transforma en confrontación, el conflicto no da respiro. Todo queda en primer plano: un sufrimiento hondo,  la enfermedad de Elena, hija de Charlotte (breve y correcta actuación de Natacha Cordova) y lo no dicho que quedó entre paréntesis por años y que, finalmente, estalla. Tanto, que para semejante vértigo y velocidad, para tanta intensidad haría falta alguna pausa, cierto matiz en los tonos, contraluz. 
De este modo, sin medias tintas aparecen los cuestionamientos sobre la maternidad, y las preguntas sobre lo qué ocurre dentro del matrimonio, y el rol de los hijos y de la mujer, y los recuerdos de la infancia. Y si bien hay que tener en cuenta que Bergman en los 70 (en la película que da origen a esta adaptación teatral)   – como subraya Banegas en la nota de Página 12 – pone en crisis ciertos roles prototípicos de la mujer, también habla del narcisismo y del no hacerse cargo.  Y  Sonata de otoño pone el acento también en el amor, en el dolor, en la culpa, en las zonas dañadas del ser humano y en necesidad de la reparación. También en la palabra. Y en el silencio.
La palabra como celebración  sobre el escenario, uno de los pilares, sin dudas, del hecho teatral, tan olvidada, a veces, tan retaceada y, a menudo, vilipendeada, por algunas formas de la dramaturgia.

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